Madrid, 12 de Agosto de 2008
Un mundo enfermizamente competitivo
Cada noche mientras todos duermen yo me subo al firmamento, tengo allí una pequeñita parcela, quizá mida poco más de metro y medio; lo suficiente para colocar mi sillita de enea. Un asiento privilegiado en las alturas, reservado exclusivamente desde el día en que nací.
Reservado desde entonces no sé por quién ni para qué …. aunque ahora tengo la firme sospecha de que quizá fuese mi madre la que ahorró cada semana un “durito” para comprarme aquel trocito de cielo, privándose de todo lujo la mujer, para que yo pudiese un día soñar…con las alturas.
Y aún sin estar segura del verdadero inversor lo que sí es cierto es que un día le encontré la utilidad a la humilde parcelita.
Tendría yo poco más de 7 años y con más miedo que vergüenza una noche desvelada decidí subirme allí.
Con sorpresa descubrí que alguien me había puesto unas tablitas y junto a ellas mis zapatos de lunares, ¡aquellos que tanto amaba!.
Convertí aquella parcela en el mayor de los teatros.
Aprovechando la ausencia de presencia humana, (es lo que tiene el firmamento…que mires donde mires no se ve un alma…) desplegaba las alitas de mi fantasía soñando con ser una gran bailarina: recitaba poemas de Lorca, imitaba a Lola Flores, arremolinaba la bata de cola como Pepa Montes, alzaba los brazos ansiando encontrar el reconocimiento de mi público imaginario, ¡mi gran público!
Con el tiempo dejé de soñar… nos ocurre a todos y dejé de subirme a la parcela, estaba ¡tan sola!. Me refiero a la parcela.
La vida a veces nos arrastra con tal violencia que en la embestida nos arranca los sueños sin darnos cuenta y quizá eso fué lo que ocurrió, que robaron mis sueños de altura…
Pero como no hay mal que por bien no venga, otro buen día o mejor debiera decir, otra buena noche de desvelo, decidí subirme allí de nuevo.
Esta vez no para bailar sino para observar.
Guiada y aconsejada por mi muy querido Walter me subí una sillita y allí arriba me senté durante horas simplemente a contemplar.
Divisé aquí abajo un mundo muy interesante, un precioso mundo lleno de fantasías, pero también un mundo desproporcionadamente competitivo.
Cada noche en mi sillita miraba, estudiaba y analizaba el por qué de la ambición humana, el por qué de la rivalidad, de la conveniencia y del falso compañerismo.
Y jamás llegué a una conclusión. Será porque no nací un Einstein.
Pero sí puedo asegurar que aprendí mucho de todo lo que ví. Y aún sin saber el “por qué” de esta enfermiza competitividad aprendí algo esencial:
El arte está muy por encima de todo eso, es como el aceite que flota sobre el agua, no importa cuanto lo remuevas que en cosa de segundos subirá hasta flotar eternamente, como yo subo cada noche a mi parcela y a veces hasta me atrevo a subirme aquellas tablitas aunque los zapatos de lunares ya no me caben ….
¡Da igual!, ¡bailo descalza! y dejo flotar mi arte y truinfo ante mi público, éste que ahora me lee y me apoya incondicionalmente porque ven mucho más allá de la ambición, ven a través del corazón, ven a través de los sentidos.
Gracias a toda esa gente que me apoya.
Gracias mamá por las “tablitas” y sobre todo gracias por los zapatos de lunares…
¡¡¡¡¡¡me encantaban!!!!!
martes, 12 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)