Murcia 23 de Diciembre de 2008
Los Reyes te traerán carbón…
Erase una vez un niño tímido que soñaba con ser bailaor.
Desde bebé pataleaba en su cochecito dando anticipadas muestras de su futura portentosa habilidad con los pies. ¡Éste, bailaor o futbolista seguro! decían todos ¡mírale, mírale como patalea!
Pues sí que pataleó, zapateó y zapateó durante años y estudió con todas sus ansias hasta que los resultados fueron obvios a corto plazo.
Mientras los demás niños de su edad jugaban al futbol en la calle, él ensayaba y ensayaba...y tanto ensayó que un día sus pies parecieron bailar por sí solos. Adquirió una destreza inusual y un dominio corporal tan preciso que pronto destacó en cualquier estilo de danza que se propusiese. Definitivamente había nacido para ser bailaor.
El niño tímido creció y de igual manera creció su talento. Su destreza técnica rozó lo inalcanzable y su estilo personal marcó su sello de por vida. Era único, superior. Su línea estética tan solo igualable a la de un caballo pura raza cortando el aire a cada pisada, su trote elegante, su porte seguro… ¿qué más se podía pedir?
El niño tímido transformado en hombre se había convertido en un precioso ejemplar, tan precioso que todos le envidiaron.
Sus compañeros ante tanta virtud sintieron celos y poco a poco la envidia esparció su arácnido telar.
El hombre tímido por vez primera sintió el frío de la soledad.
Melchor, Gaspar y Baltasar deliberaban junto a una hoguera. No resultaba fácil decidir el regalo de cada quién, ni mucho menos qué lección debieran dar a aquel que la mereciera.
Los tres Reyes pasaban las noches en vela pensando y pensando… y entre pensamientos a veces la música se filtraba desde la tierra, llamando la atención en especial de Melchor a quien el flamenco le comenzaba a correr por las venas.
Los acordes de una guitarra le enmudecían el pensamiento mientras sus dedos hipnóticos se deslizaban por un mástil de ensueño. ¡Qué suavidad en cada traste! ¡qué vibración con cada cuerda!
De repente algo llamó su atención: ¿y ese compás de fondo? ¿y esos brazos que destellan?
¡Venid, venid, Gaspar, Baltasar, venid! Mirad cuánta virtud en ese hombre, mirad el brillo que su timidez refleja…
El hombre tímido en su más profunda soledad bailaba su gran pena: el no tener con quién compartir el fruto de su carrera.
Decidió pues ser profesor y legar a sus alumnos el don con el cual había sido bendecido. Pronto sus clases se llenaron y tuvo efímeras alegrías ya que sus discípulos recibieron con ansia a quien tanto les ofrecía.
Los pequeños flamenquitos sin embargo no poseían la bondad del profesor y pronto la ambición oscureció sus corazones. El conocimiento se transformó en soberbia, la ilusión en ambición sin límites, la seguridad en egocentrismo y la individualidad tomó el poder.
Los Reyes Magos ante tan triste imagen decidieron tomar cartas en el asunto y aquella Navidad bajaron como lo han hecho durante siglos, a entregar sus más preciosos regalos y sus más temidas lecciones.
De todos era conocido que los Reyes Magos no sólo traían regalos sino también carbón para aquellos cuyos corazones albergaban malos sentimientos.
Aquel cinco de Enero mientras todos dormían Melchor entró en casa del hombre tímido. Como regalo depositó su oro y a cambio se llevó la soledad.
Mientras tanto, Gaspar y Baltasar recorrían los hogares de los pequeños flamenquitos dejando en ellos pequeños sacos de carbón con la esperanza de que éstos aprendiesen bien la lección.
Al acabar la noche de entregas, Melchor, Gaspar y Baltasar regresaron junto a la hoguera y desde allí observaron…
El hombre tímido al despertar descubrió una cajita. Curioso la abrió despacio y el resplandor del oro inundó todo su ser.
Con toda su bondad agradeció al cielo el hermoso regalo y por ello bailó hasta la eternidad.
Los pequeños flamenquitos abrieron los ojos y cegados por su propio egoísmo, al ver aquellos simples sacos de carbón, estallaron de ira y su soberbia casi entró en ebullición.
Pasaron los días y los corazones de los flamenquitos se oscurecieron como el mismísimo carbón. Tanto fué así que incluso odiaron a su profesor porque éste brillaba, porque su bondad resplandecía, porque su alma generosa jamás se dió por vencida y porque hizo lo indecible por ayudarles; hasta incluso entregar su más preciado regalo, el oro de Melchor.
Los flamencos codiciosos desaparecieron con el oro y sedientos de ambición lo cambiaron por falsas promesas, por sueños de fama, por grandeza, por viles empresas, por gente deshonesta, por egoísmo, por soberbia, por soledad, por frustración, por penurias, por falsedad, por tristeza y finalmente… por lo que siempre fué lo que merecieron: “por puro carbón”
Desde arriba Melchor, Gaspar y Baltasar comentaban tristemente:
“tardaron años en aprender la lección…”
FIN
La fuente de inspiración para este cuento la encontré en dos grandes maestros como son Domingo Ortega y Joaquín Ruiz.
A ellos deseo dedicarles este cuento de Navidad, pero también a aquellos corazones oscuros que jamás supieron apreciar lo que Joaquín y Domingo les enseñaron con tanta bondad.
Inmaculada Ortega.
martes, 23 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Que linda historia!
Publicar un comentario